jueves, 22 de julio de 2010
A escondidas
martes, 20 de julio de 2010
Capítulo 6
Se descalzó, anduvo despacio sobre el suelo mojado, se tumbó, miró al cielo, tomó aire y suspiró.
Por sus dedos en contacto con la hierba húmeda empezaron a escaparse todas las sensaciones, todos los recuerdos, todos los gritos,
y desaprendió lo aprendido...
Desaprendió que las palabras pierden sentido cuando se convierten en gritos,
que hay besos que esclavizan y otros que liberan,
que en Noviembre todo duele el doble,
que el matiz va más allá del blanco y negro,
que no se puede atrapar al viento,
desaprendió lo bueno y también lo malo.
Y respiró
y esta vez no habría gritos
sólo
una vida bonita.
Capítulo 5
La encontré de nuevo, me contó que había conseguido cerrar la última puerta, pero que ya nunca volvería a respirar cómo antes, que estaba cansada, "yo siempre quise una vida bonita".
La miré, recordé cuando la conocí, sus ojos eran tan grandes que se veían mundos dentro de ellos.
“No puedes rendirte, el Rocio muere por la tarde pero siempre renace al amanecer”.
Renacer.
Ella sonrió.
Capítulo 4
Abrió otras puertas en los años siguientes, pero tuvo que cerrarlas por falta de aire, así que decidió refugiarse en el sexo, se alimentaba del aliento ajeno. Y le funcionó hasta que el corazón se cansó y en venganza le cegó los sentidos durante varios años, era una lucha entre la falta de aliento y el corazón entorpeciendo su libertad.
Ella se ahogó.
Capítulo 3
Cuando Rocio nació todos gritaban en la sala, de este modo, una parte de ella se quedó dentro de su madre, exactamente el tejido que recubre el pulmón contra los gritos. Y así creció, con una parte menos de sí misma, escuchando gritos ajenos que no sabía donde guardar y tragaba….
Con el paso de los años sus pulmones se resintieron y empezaron a ahogarse poco a poco, entonces ella buscó una salida, la primera fué la puerta de su casa.
Ella respiró.
Capítulo 2
Capítulo 1
Cuando pequeña, solía espiar a mi abuela y a sus amigas tras la cortina colgada a modo de puerta, solían decir cosas interesantes, aunque yo, a menudo, no las entendía.
“Cuando una madre grita en el parto, a la nueva criatura se le pierde una parte de sí misma en el proceso o se tuerce, dependiendo del grado de torsión de la madre, así habían conocido a niños sin voluntad propia, otros sin lágrimas en los ojos e incluso otros con el corazón en los pies.
En ese momento no lo entendí.
Años más tarde la conocí a Ella.